Nelson Mandela, símbolo de libertad, falleció a los 95 años.
En 1948, tres años después de la Segunda Guerra Mundial, cuando el mundo entero creía que las persecuciones raciales y el genocidio habían quedado sepultados en los campos de concentración nazi, el primer ministro Johannes Gerhardus Strijdom prohibió cosas nunca antes vistas en Sudáfrica: las personas de raza negra no podrían ocupar posiciones en el gobierno, no podían votar, no podían tener ciertos negocios, no podían acceder a ciertas zonas del país y no podían usar el transporte público sin ciertas condiciones. Algunos edificios públicos contaban con entradas diferentes para negros y blancos, no podían ir a teatros, al cine ni a la playa. Incluso, les fueron prohibidos el matrimonio y las relaciones sexuales interraciales.
En resumen, Sudáfrica se convirtió en un país donde el 80% de sus habitantes –cerca de 3 millones de personas– solo podían vivir en 13% del total del territorio, y si necesitaban pasar de un lado a otro, debían portar un pasaporte con permisos especiales para hacerlo. Esto lo logró el gobierno gracias a una trampa legal: la creación de los Bantustán, una serie de territorios que se crearon como reservas tribales para quitarle la ciudadanía sudafricana a la mayoría negra del país.
Pero un hombre de uno de estos enclaves étnicos se convertiría en el gran héroe de la derrota de ese régimen racista. Para lograrlo, tendría que vivir en la clandestinidad y sufrir 27 años de cautiverio, donde no le permitían, entre otras cosas, usar zapatos. Por eso, al salir, no supo cómo anudarlos.
‘Tata Madiba’, como era cariñosamente llamado por sus compatriotas, fue un referente mundial en la defensa de los derechos humanos. Nacido el 18 de julio de 1918 en Mvezo, antiguo Transkei, hoy provincia oriental del Cabo, Sudáfrica, Nelson Rolihlahla Mandela no sólo llamó la atención por su carisma, sino por su templanza en su compromiso con la justicia, sus mensajes de reconciliación y defensa de la democracia.
El expresidente sudafricano, premio Nobel de Paz en 1993, acabó con el apartheid en los 90, tras 67 años de lucha contra un movimiento de segregación racial impuesto por los ‘afrikaners’, descendientes de británicos y holandeses residentes en Sudáfrica, contra los afrodescendientes, indios y mestizos.
Vivió en la clandestinidad durante cuatro años, desde 1960, cuando fue comandante en jefe del movimiento armado del Congreso Nacional Africano (CNA), Umkhonto we Sizwe (‘Punta de lanza de la Nación’). En 1962 fue arrestado y en 1964 condenado a cadena perpetua por sabotaje y conspiración. En la cárcel de Robben Island experimentó, según sus propias palabras, los “años más oscuros de su vida”.
Mandela fue el prisionero número 466/64 de esta cárcel –es decir, el prisionero número 466 de 1964–, que fue utilizada como lugar de reclusión para los presos políticos del apartheid. La única vista de su celda, en la que pasó 18 años de encarcelamiento, fueron los barrotes de las ventanas. Las visitas estaban prohibidas y el tiempo que tenían al aire libre lo pasaban picando piedra.
Según cuentan los guías turísticos de esta prisión, hoy convertida en museo y que a principios del siglo XIX sirvió como asilo para personas con problemas mentales, Mandela nunca soportó los ‘flashes’ de las cámaras como consecuencia de la constante exposición a los rayos solares mientras hacía trabajo forzado.
En su celda se dedicaba a escribir y a enviar cartas a su familia, textos que la guardia penitenciaria impidió que salieran de la isla. En Robben Island entendió que el apartheid estaba presente en todo el territorio sudafricano, incluso en la cárcel: los afrodescendientes no tenían acceso a medias ni zapatos.
Pese a las extenuantes jornadas de trabajos forzados y al trato humillante, el líder sudafricano, cuya leyenda se iba forjando mientras continuaba recluido, entabló una relación basada en el respeto con los guardias de Robben Island. Incluso, con algunos compartió conocimientos políticos.
Una media noche de marzo de 1982, el coronel Aucamp, encargado de la seguridad de la prisión, le susurró una buena noticia: “Lo vamos a llevar a un lugar donde tenga su libertad. Tendrá más espacio para moverse, verá el océano y el cielo, no solo paredes grises”.
Junto a otros seis prisioneros políticos, Mandela tuvo 15 minutos para recoger sus cosas y ser trasladado a la cárcel de Pollsmoor. Mientras eran llevados a su nuevo lugar de reclusión, los reclusos cantaban y comían sánduches y bebidas frías. En ese momento supieron que sus días en prisión estaban contados, según escribió el líder sudafricano en ‘El largo camino hacia la libertad’ (1995).
“La demanda que busca su libertad es muy fuerte. En uno o dos años ustedes serán libres y serán héroes nacionales”, les dijo el teniente Van Wyck, quien los acompañaba en la camioneta de traslado.
Durante su encierro en Pollsmoor, el gobierno sudafricano inició conversaciones con el CNA luego de masivas protestas contra el régimen. Para entonces, Mandela rechazó la propuesta del presidente Pieter Willem Botha de liberarlo si renunciaba a la violencia.
El 7 de diciembre de 1988, luego de una cirugía de próstata y de padecer tuberculosis, fue trasladado a la cárcel Víctor Verster, en donde terminaría de confirmar sus convicciones sobre la necesidad de reconciliarse y perdonar, incluso a quienes lo tuvieron preso más de un cuarto de siglo.
El 11 de febrero de 1990 Mandela, de 71 años, salió de prisión cuando el entonces presidente sudafricano, Frederik Willem de Klerk, el último mandatario blanco de dicha nación, levantó los cargos contra él y otros integrantes de distintos movimientos de liberación tras varias negociaciones. “Al fin libres, al fin libres”, fueron sus primeras palabras.
Antes de ser liberado, el líder sudafricano le pidió al director de la cárcel que lo dejara despedirse de todos los guardias y sus familias, petición que no pudo cumplirse porque la agenda estaba retrasada. A la salida de la prisión cientos de fotógrafos, camarógrafos, periodistas y simpatizantes le dieron la bienvenida a la libertad.
El 27 de mayo de 1994, luego de ganar las elecciones con el 62% de los votos, Mandela se posesionó como el primer presidente negro de Sudáfrica. Como vicepresidente nombró al exmandatario de Klerk. Así iniciaba el primer gobierno de unidad racial en el país africano.
"De la experiencia de un desastre humano que ha durado demasiado ha de nacer una sociedad de la que toda la humanidad se sienta orgullosa... Hemos logrado por fin nuestra emancipación política. Nos comprometemos a liberar a nuestro pueblo de las cadenas de la pobreza, las privaciones, el sufrimiento, el género y cualquier otra discriminación...Que reine la libertad. ¡Que Dios bendiga a Africa!", dijo Mandela en su posesión.
En sus más de trece mil días en prisión, Mandela entendió que la clave para la reconciliación de su país era el perdón, acompañado de un compromiso para no olvidar. “Fue en la cárcel en donde realmente aprecié el valor de la memoria”, sostiene en el libro ‘Nelson Mandela, conversaciones conmigo mismo’.
Las personas cercanas al líder sudafricano son categóricas en reconocer la capacidad de éste para extraer lo mejor de cada quien. “Empezó por conquistar a sus carceleros, y luego siguió con toda la sociedad”, contó el periodista británico John Carlin, autor de ‘El factor humano’, libro sobre las acciones de Mandela en la Copa Mundo de Rugby en Sudáfrica.
"Hay algo en él, un aura, que provoca ese efecto emocional en la gente. No sabría describirlo. Un impulso hacia la bondad, la humanidad y la nobleza”, explicó Carlin.
FUENTE: eltiempo.com
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